Giovanni Falcone: una lección que no se puede olvidar
Giovanni Falcone constituye un verdadero pilar de la historia de la lucha contra la criminalidad organizada.
Pocos meses antes de ser asesinado hace 30 años en Capaci, Palermo, Italia, había participado en las labores de la Comisión de Prevención del Delito y Justicia Penal de las Naciones Unidas, subrayando la urgencia de ampliar el conocimiento de la mafia como problema global, y reforzar la cooperación internacional, sea a nivel de investigaciones o a nivel judicial. Sus palabras se hicieron realidad unos pocos años después, cuando en Palermo, el 15 de diciembre de 2000, se firmó la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Transnacional Organizada.
La convención, que entró en vigor en 2003, fue adoptada con tres protocolos: el Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños; el Protocolo contra el tráfico ilícito de migrantes por tierra, mar y aire, y el Protocolo contra la fabricación y el tráfico ilícitos de armas de fuego, sus piezas y componentes y municiones.
A partir de ese momento, se abrió un marco de cooperación que permitió la colaboración internacional en las áreas estratégicas de la lucha contra la delincuencia organizada: las investigaciones financieras, la protección de testigos y denunciantes, la recuperación de activos.
Con la Convención de Palermo, se marcó un punto de no retorno en la lucha contra la criminalidad organizada: ningún país puede combatir, solo y de manera eficaz, la criminalidad global. En este sentido, la colaboración entre los Estados debe asumir la fuerza de una voluntad política constante frente a un enemigo capaz de cambiar continuamente. El entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, en su presentación de la convención, había señalado justamente que la criminalidad organizada es enemiga del progreso y los derechos humanos: “Si los enemigos del progreso y los derechos humanos procuran servirse de la apertura y las posibilidades que brinda la mundialización para lograr sus fines, nosotros debemos servirnos de esos mismos factores para defender los derechos humanos y vencer a la delincuencia, la corrupción y la trata de personas”.
Han pasado 30 años desde que Giovanni Falcone participó en la primera comisión sobre la criminalidad, y muchas de sus intuiciones de aquel entonces se han demostrado proféticas. Su asesinato en 1992 no logró detener la fuerza de sus palabras y sus ideas.
¿Cuáles fueron algunos de los aspectos centrales del análisis del juez siciliano?
Un primer punto importante tiene que ver con la comprensión clara del fenómeno mafia, ya que se presta a muchas interpretaciones distorsionadas. Hubo una época en la cual se hablaba muy poco de mafia, llegando hasta a negar su existencia misma; sería suficiente recordar al respecto cómo, todavía en los años ochenta, el alcalde de Palermo, Nello Martellucci, sostenía la tesis de que, probablemente, se trataba de una marca de quesos. Luego, como de manera acertada afirmó Falcone en una de las tres conferencias magistrales impartidas en Ciudad de México para el INACIPE en septiembre de 1990, se comenzó a hablar demasiado de mafia y, quizás, hasta de manera equivocada. ¿A qué se refería con esta afirmación? Quizás al hecho de que la lucha contra las mafias requiere el conocimiento de un fenómeno que es complejo y presenta, sí, una dimensión criminal, pero aunada a una cultural, histórica y simbólica de igual importancia.
Para describir la mafia, algunos estudiosos utilizan, hoy en día, categorías de las ciencias sociales, llegando a hablar de paradigma de la complejidad o área gris, justo para indicar un poder que no aplasta la sociedad desde afuera, sino la permea desde adentro, construyendo toda una serie de relaciones de poder e involucrando a todos los sectores de la vida social y política.
Para contrastar un fenómeno tan sofisticado, es necesario el desarrollo de un gran trabajo, para conocerlo a fondo y elaborar un lenguaje común que atraviese todas las competencias necesarias para combatirlo.
Un primer ejemplo de esta respuesta compleja para un fenómeno complejo lo hace el juez justo durante su primera conferencia en México en septiembre del 1990 al afirmar que “no toda la criminalidad organizada es mafia”. La mafia, de hecho, tiene la peculiaridad de ligarse a un territorio de origen, desarrollar una estructura secreta con rituales de afiliación y un código de comportamiento muy preciso. En los territorios donde se desarrolla la mafia, con frecuencia existe un sistema estatal débil que no logra ofrecer modelos de referencias alternativos. Por lo tanto, la organización mafiosa se convierte en una suerte de “Estado en el Estado”; la violencia despiadada y la gestión del consenso con sus principales instrumentos para legitimar el control territorial. Resulta evidente, entonces, que la represión, per se, no puede representar una solución taumatúrgica.
En Italia, por mucho tiempo, el fenómeno fue subestimado; la política se tardó en dar una respuesta institucional fuerte y clara, arrastrando así al país hacia el caos provocado por una débil estrategia de contraste, caracterizada exclusivamente por leyes de emergencia y programas de corto plazo. A nivel mundial, los recientes procesos de transformación de los grupos criminales parecen confirmar su progresiva tendencia a controlar el territorio, convirtiéndose, como está pasando hoy en el país y la región, en verdaderas organizaciones mafiosas.
Y, en efecto, la segunda gran intuición de Falcone fue la de comprender que las mafias no existen solo en el sur de Italia, sino en todo el territorio nacional e internacional.
Ya es un argumento consolidado el de las mafias tradicionales (no solo las italianas) que salieron de sus contextos de referencia para conquistar nuevos territorios y mercados. Está comprobado que las mafias poseen una capacidad evolutiva muy grande y logran cambiar sus propias dinámicas criminales de acuerdo con las dinámicas de los mercados.
Falcone lo explica muy bien en su segunda conferencia mexicana del 1990, enfrentando el tema delicado del tráfico de drogas y sus implicaciones internacionales. Las mafias buscan negocios en todas partes, cambian las rutas del tráfico, adaptan rápidamente las estrategias operativas a las exigencias de los mercados, desarrollan nuevas competencias, evolucionan y se regeneran a través de nuevas y más sofisticadas estructuras. El principio investigativo follow the money (sigue el dinero), por el cual Falcone se volvió famoso en el mundo entero, sigue permitiendo en la actualidad atravesar la complejidad del mercado criminal global, siguiendo los pasos de los flujos financieros lícitos e ilícitos. Decía al respecto Falcone: “El verdadero talón de Aquiles de las organizaciones mafiosas es constituido por los rastros que dejan los grandes movimientos de dinero relacionados con sus actividades criminales más lucrativas. El del desarrollo de esas pistas, a través de una investigación patrimonial que siga el flujo de dinero procedente de los tráficos ilícitos, es, por lo tanto, el camino a seguir, porque es el que más permite, a los investigadores, reconstruir un sistema articulado de evidencias objetivas, documentales, unívocas, libres de distorsiones, y ricas de confirmaciones y repruebas de los datos emergentes de la actividad probatoria de tipo tradicional, dirigida a la inmediata corroboración de los delitos.”
Es este, con toda probabilidad, el aspecto que más asimila las mafias a la criminalidad organizada: integrar a mercados típicamente territoriales (extorsión, corrupción en las licitaciones públicas…), mercados nuevos que surgen de la movilidad de los recursos (falsificación, armas, drogas, desechos tóxicos, metales preciosos, trata de personas y tráfico ilícito de migrantes). El método de Falcone se traducía justo en contrastar estas dinámicas a través de una sabia organización y coordinación de las investigaciones; este papel lo desarrolla, hoy en Italia, la Procuraduría Nacional Antimafia, que coordina todas las investigaciones, evitando dispersión y fragmentación del trabajo, y permitiendo la reconstrucción de una visión global de las actividades criminales en toda su complejidad.
Por supuesto, Falcone subraya, en sus conferencias de 1990 en México, que este aparato funcionaría de manera más eficaz si se fundieran los dos pilares del sistema represivo: una magistratura autónoma e independiente (que dispone directamente de la Policía judicial) y un cuerpo de Policía altamente profesionalizado y actualizado de manera permanente en lo concerniente a sus competencias y técnicas de investigación.
Según Falcone, este último punto era absolutamente relevante, y, por esta razón, lo consideraba “la apuesta para los próximos años”. El advenimiento de los delitos informáticos y la dark web, años más tarde, confirmarían sus previsiones.
A los nuevos retos de la criminalidad organizada, hoy, se suma otro ámbito en el cual se desarrolla este tipo de criminalidad, presentando diversos desafíos: el ciberespacio. Se advierte una creciente utilización de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, como los numerosos mercados ilícitos en la red. Pese a los esfuerzos de diferentes países y de la comunidad internacional para hacer frente a este fenómeno, no existe todavía una normativa homogénea para combatirlos.
La lucha contra la delincuencia organizada tendrá que enfrentarse, cada día más, al carácter empresarial de las organizaciones que usan la violencia y la corrupción para abrirse nuevos mercados y establecer así acuerdos en los territorios.
Este escenario lo había vislumbrado, hace 30 años, Giovanni Falcone. Una lección que no se puede olvidar.