La estrategia para que las escuelas uni y bidocentes de Esmeraldas sean espacios donde haya más aprendizaje, protección y felicidad.
Darwin Caicedo, de 11 años, quiere ser policía para cuidar a las personas. Carol Estacio, de 12 años, sueña con ser abogada y defender a quienes estén en problemas. Tanya Ibarra, también de esta edad, desea ser profesora en San Antonio, un recinto rodeado de manglar donde viven los tres y que es parte del cantón San Lorenzo, en Esmeraldas.
Sin embargo, en comunidades de la frontera norte de Ecuador como esta, los sueños de niños como Darwin, Carol y Tanya se ven amenazados por la falta de oportunidades. En esas zonas donde escasean el agua segura, los servicios de salud y la alimentación adecuada, UNICEF no solo busca que los niños estudien, sino que las escuelas se conviertan en espacios donde aprendan más y mejor, donde se diviertan y jueguen, donde se atrevan a opinar y crear. Donde los niños realmente puedan ser niños.
Para que eso suceda, el primer paso es trabajar con los docentes. Junto con el Ministerio de Educación, los socios implementadores Desarrollo y Autogestión (DYA), Nación de Paz, con el apoyo de Diners Club del Ecuador, UNICEF ha emprendido el Programa de Escuelas Unidocentes y Bidocentes de Esmeraldas desde julio de 2018, que ha cubierto a 194 comunidades rurales y 5.447 niños y niñas de Esmeraldas. Gracias a esta estrategia, 257 docentes y 12 técnicos de acompañamiento fueron capacitados para que repliquen sus conocimientos y acompañen a los docentes en las aulas. Cada técnico acompañante acude semanalmente a las escuelas, observa cómo se desarrollan las clases, hace ejercicios demostrativos, trabaja con cada profesor para mejorar los métodos y conversa con los niños para conocer cómo están.
“Este es el camino correcto para que las escuelas del campo y las comunidades más alejadas no se sientan olvidadas. Nuestro trabajo consiste en acompañar al docente para que ya no esté solo y que adquiera herramientas valiosas que benefician a los niños”, dice Janner Reascos, quien vive en Limones, otra comunidad del cantón Eloy Alfaro en Esmeraldas.
Sugey Cabezas es una de las profesoras a quienes esta iniciativa ha cambiado la vida. Cada mañana ella toma una lancha desde San Lorenzo, para ir a la escuela unidocente Zamora Chinchipe en San Antonio, donde estudian Darwin, Carol y Tanya. Es la única profesora en esa institución, y por el compromiso con los 20 niños de entre 6 y 12 años que están en su aula, costea de su bolsillo el combustible y el motor de la pequeña embarcación.
Es un desafío enseñar en escuelas uni o bidocentes. No solo por la dificultad de tener en una sola clase a estudiantes de distintos niveles, sino porque ellos muchas veces llegan sin haber comido, con zapatos y ropa en mal estado, y cargados de tristeza o estrés por las dificultades de su vida. Frente a esto, el Programa de Escuelas Uni y Bidocentes busca que los niños sean más felices, sientan que la escuela es un lugar seguro y tengan ganas de estudiar.
“Antes teníamos que hacer una planificación para cada estudiante. Todo era seguir las planas y copiar el modelo. No era un aprendizaje lógico ni significativo. Ahora todos hacen una misma actividad, todos participan, todos juegan. Ahora el aprendizaje es comprensivo, crítico, analítico y creativo”, comenta Sugey, quien en los talleres y en las jornadas de acompañamiento ha aprendido a utilizar juegos, canciones e historias para enseñar.
Sugey también utiliza preguntas para despertar la curiosidad y ha incluido un elemento fundamental: el cariño. “Ahora la escuela es más divertida. La profe nos hace dibujar, pintar y celebramos el cumpleaños de cada estudiante”, dice Tanya. “Me encanta aprender a escribir y me gusta mucho la profe porque no es aburrida y no nos pega”, opina Carol.
El método para enseñar a leer y escribir también cambió de silábico a fonético y se utilizan estrategias para que los niños entiendan los diferentes niveles de significado que tienen las palabras. Los resultados son visibles: “Los niños han mejorado en lectura y escritura. Sobre todo, porque ha bajado la tensión que tenían. Con menos regaños, los niños están más estimulados a aprender”, comenta la profesora de 38 años, que al final de la jornada se despide con un abrazo de cada estudiante.
Además de los conocimientos en lenguaje y matemáticas, el énfasis está en que los niños aprendan a manejar sus emociones, conozcan sus derechos, resuelvan los conflictos sin violencia, respeten a los demás y cultiven hábitos saludables de alimentación e higiene. Esto es trascendental en un lugar como Esmeraldas, donde el acceso a agua limpia aún es una deuda pendiente y donde la violencia es una amenaza latente.
La trascendencia de este programa también se aprecia en las sonrisas de los niños que juegan a la cuerda mientras nombran sus derechos o cuando se divierten con las actividades del “Tesoro de Pazita”, la guía para educar en la paz que utilizan los docentes y con la que a través del juego logran sacar a los niños por un momento de sus problemas cotidianos y les devuelven la esperanza de que es posible reír, aprender juntos y ser amigos.
Como Darwin, Carol y Tanya, todos los niños tienen sueños para su futuro. La educación de calidad es el primer paso que los acerca hacia ellos.
Este proyecto se realizó en el marco del Fondo para la Consolidación de la Paz - Peacebuilding Fund (PBF), una iniciativa del Secretario General de Naciones Unidas.