El cuaderno de la Coordinadora Residente: Huaquillas y Tumbes
Los equipos de ONU Ecuador y ONU Perú nos encontramos en nuestra frontera común.
Cuando estás parado en el Puente Internacional Ecuador-Perú, que conecta las dos ciudades de Huaquillas y Aguas Verdes, no te sientes como si estuvieras en un cruce fronterizo internacional. Con unos 100 metros de largo y atravesando un río seco, el puente es un mercado concurrido, donde docenas de comerciantes venden alimentos, mercancías importadas y productos electrónicos. Desde la firma de la Declaración de Paz entre Ecuador y Perú en 1995, y los posteriores acuerdos de libre mercado, el comercio transfronterizo ha florecido y ahora representa la principal actividad de sustento de la zona. Los compradores pueden aprovechar las variaciones de moneda entre el sol peruano y el dólar estadounidense (la moneda de Ecuador) para encontrar los mejores precios para sus productos. O, en una transacción menos visible, comprar bienes subsidiados como combustible para moverlo de contrabando a través de la frontera.
En medio de este ajetreo económico al aire libre, los caminantes son particularmente fáciles de identificar. Migrantes y refugiados, en su mayoría de origen venezolano, no están aquí para comerciar o hacer trueques: van en busca de protección internacional y de nuevas oportunidades, después de haber dejado atrás las dificultades de su país de origen. Familias con niños, grupos de hombres o incluso adolescentes no acompañados, llevan grandes mochilas o empujan cochecitos sobrecargados. Todos mostrando el mismo aspecto desgastado de fatiga después de días, si no semanas, de caminar. En esta mañana de principios de noviembre, la ausencia de oficiales de inmigración en el puente les permite cruzar la frontera sin ser molestados, escapando de los peligros de los pasos ilegales y del acoso de los “coyotes”, quienes se aprovechan de su situación vulnerable para ganar dinero.
Estoy aquí en una visita de dos días con mis colegas de los Equipos de País de la ONU en Quito y Lima. Una primera misión binacional para analizar la situación humanitaria y de desarrollo en la frontera y explorar el potencial de una mayor cooperación transfronteriza. El sitio ha sido cuidadosamente seleccionado. La frontera Huaquillas-Aguas Verdes es el principal punto de cruce hacia Perú. Se estima que el 80% de los 1,49 millones de venezolanos en Perú han llegado por aquí. En el pico de la crisis migratoria venezolana, entre 2018 y 2019, unas 1800 personas cruzaban la frontera todos los días, desbordando por completo la capacidad local. “Nunca estuvimos preparados para recibir a tanta gente”, dice Segismundo Cruces, gobernador electo de Tumbes, mientras nos reunimos en la sede departamental, a unos 26 km de la frontera. “El apoyo que recibimos de las agencias de la ONU y otras organizaciones internacionales ha sido fundamental”, destaca.
Durante mi misión, el trabajo coordinado de la cooperación internacional es impresionante. En ambos lados de la frontera, las agencias de la ONU y las ONG aliadas han aunado recursos para atender las necesidades de la población en movilidad humana. En los Puntos de Asistencia y Orientación, así como en los Puntos de Apoyo Integral, los servicios se agrupan en un mismo lugar, facilitando así su acceso y asegurando la complementariedad. Aquí las personas en movilidad pueden obtener orientación sobre cómo acceder a la asistencia humanitaria, los servicios y la protección.
En colaboración con los Ministerios de Salud y Cruz Roja, existen puestos de salud con enfermeras, médicos y psicólogos para ofrecerles la posibilidad de hacerse un chequeo médico o tratamiento de dolencias que suelen afectar a las personas en tránsito, como deshidratación, diarrea, infecciones y dolores musculares. También pueden acceder a vacunas y atención preventiva básica. Hay duchas y lavanderías disponibles para su uso, para asegurar su higiene personal y recuperar algo de la dignidad que el camino les ha podido quitar.
Los casos especialmente vulnerables pueden acceder a albergues o alojamientos temporales para unas noches de merecido descanso. Y respondiendo a su necesidad más urgente, la de los alimentos, el Programa Mundial de Alimentos (WFP) proporciona tarjetas de efectivo para comprar víveres en los supermercados locales, kits de alimentos para llevar en el camino e incluso acceso a comedores públicos, que sirven diariamente comidas calientes y nutritivas tanto para personas en movilidad como para miembros vulnerables de la comunidad de acogida.
Mientras visito estas instalaciones polivalentes, recibo información de mis colegas del ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, y la OIM, la Organización Internacional para las Migraciones, quienes coordinan el trabajo en el marco del Grupo de Trabajo sobre Refugiados y Migrantes (GTRM). Explican que, aunque los números han bajado, la naturaleza de la migración es aún más compleja. Unas 1,000 personas cruzan la frontera cada día, pero ahora el movimiento va en todas direcciones. La gente se mueve de norte a sur, de sur a norte, de ida y vuelta entre los dos países y en movimientos circulares en la región. Como consecuencia de la falta de soluciones duraderas y de las políticas migratorias cambiantes, se encuentran en un estado de movimiento perpetuo, atravesando múltiples fronteras en busca de oportunidades. Mis colegas notan que los venezolanos con los que se encuentran hoy son en general menos pudientes y con niveles de educación más bajos, obstáculos adicionales para su integración socioeconómica.
Marjenny, una joven que encuentro en Huaquillas, confirma esta tendencia. Dejó su Caracas natal hace tres años rumbo a Perú, donde su esposo trabajaba temporalmente en la construcción. Ahora están en movimiento nuevamente, esta vez hacia el norte. Con dos niños pequeños, de 2 y 4 años de edad, y un tercer bebé en camino, Marjenny se frota el vientre, a mitad del embarazo, y me dice: “Esperamos encontrar trabajos regulares en Santo Domingo, en Ecuador. Pero nos quedaremos en Huaquillas unos días. Los niños necesitan descansar y jugar, es difícil en el camino”.
Una cuarta parte de los migrantes y refugiados que cruzan la frontera son niños. En lo que se conoce como los Espacios Amigables, hablo con Marina, la facilitadora del espacio. ¨Los niños que vienen aquí no están nada bien, muestran mucha inestabilidad emocional. Están tristes, muchas veces ansiosos y llevan mucho tiempo fuera del sistema educativo”. Utilizando una metodología global de UNICEF, en los Espacios Amigables se ofrece a los pequeños un entorno seguro para jugar, interactuar con otros niños y relajarse del viaje. De una forma lúdica y adecuada a su edad, aprenden sobre hábitos saludables, sobre cómo hacer frente a sus emociones y sobre la protección de sus derechos. ¨Aquí podemos darles a los niños salud, esperanza y alegría, en medio de tanto desorden ¨, explica Marina.
Y se nota que se agradecen los espacios. En uno de los que visito, en el lado ecuatoriano de la frontera, 10 niños están sentados alrededor de una mesa baja ocupados en colorear flores. Tomo un momento para conversar con Daniel, un niño de 10 años de Venezuela. Está coloreando los pétalos de azul, su color favorito, mientras me cuenta sobre él, sus padres y sus tres hermanos mayores que están juntos en el camino. Le gusta estar aquí en el centro, dice. Le gusta estar aquí “en Perú”, dice. Su joven cerebro aún no se ha puesto al día con el movimiento del cuerpo.
Una tendencia preocupante de este año, sobre la que me informa el equipo local de la ONU, es el aumento de niños y adolescentes no acompañados. Un colega de UNICEF en Perú me informa que en promedio 50 de estos casos son identificados cada mes. En su mayoría en el grupo de edad de 15 a 18 años, a menudo viajan en grupos de 6 a 8, como medio de protección. No obstante, siguen siendo muy vulnerables, en particular las niñas y adolescentes y no es raro encontrar adolescentes embarazadas o con niños pequeños en la frontera. Los equipos coordinan con sus pares en Ecuador para seguir estos casos, pero la volatilidad de la zona y la irregularidad del movimiento lo dificultan.
Como es el caso en las áreas fronterizas de todo el mundo, veo múltiples locales nocturnos asentados a lo largo de la carretera. A pesar de la disponibilidad de actores humanitarios, se informa que la comercialización del sexo para sobrevivir está en aumento y es una estrategia utilizada por mujeres, hombres y personas transgénero por igual. Los refugiados y migrantes corren un riesgo particular de explotación y abuso, tanto de naturaleza sexual como laboral -en la minería ilegal y otras actividades ilícitas. Mi colega de UNODC, la agencia de la ONU contra la droga y el delito, en Perú, me cuenta que solo en Tumbes entre 2021 y 2022 se atendieron 524 casos de trata, siendo el 94% de las víctimas, extranjeras. Se espera que estas cifras aumenten, ya que ha habido un incremento preocupante del crimen durante el último año, particularmente en Ecuador. Unas 8 bandas criminales ahora operan a lo largo de la frontera, haciendo que el área sea más traicionera que nunca.
A través de su iniciativa Track4Tip, UNODC ha estado trabajando con las autoridades locales de ambos países para elaborar protocolos y mecanismos para fortalecer la cooperación transfronteriza para combatir el tráfico. Esto incluye el despliegue inmediato de Equipos de Respuesta Binacional para rescatar a las víctimas, garantizar su acceso a la justicia y el enjuiciamiento de los delitos, un ejemplo prometedor de colaboración binacional efectiva. Y hay interés por hacer más. “Hasta ahora hemos tenido reuniones con autoridades peruanas y cooperación limitada, pero sería excelente tener proyectos binacionales concretos para atender la situación migratoria”, me dice Alberto Astudillo, Alcalde de Huaquillas.
Otras prácticas alentadoras que encuentro durante mi visita, son las iniciativas locales para combatir la xenofobia y fortalecer el tejido social. En el Barrio Marta Bucaram, en el centro de Huaquillas, me encuentro con un grupo de líderes barriales que, con el apoyo del municipio y ACNUR/OIM, están ofreciendo actividades culturales y deportivas a todos los jóvenes del barrio. Con altas tasas de deserción escolar y desempleo en la comunidad, estas actividades son importantes para evitar la tentación del consumo de drogas o el reclutamiento en bandas criminales, pero también para promover la convivencia pacífica. “Nuestros queridos compatriotas de Venezuela son parte de nuestra ciudad y queremos llevarnos como hermanos”, me dice Simón Sarango, uno de los líderes. Además de jugar al fútbol, el deporte favorito en Ecuador, les están enseñando béisbol e incluso el “Kikimbol”, un deporte común en Venezuela.
De manera similar, en Tumbes visito un proyecto apoyado por el PNUD llamado Innova tu Mercado. Centrado en el Mercado 8 de Septiembre, el objetivo es estimular la recuperación económica apoyando a los comerciantes a expandir su actividad mediante el uso de la innovación y la digitalización. Pero también pretende promover el mercado como espacio de encuentro entre culturas, donde se forjen relaciones económicas y humanas y se logre la integración y la cohesión social. “Este mercado está en línea con nuestros valores como tumbesinos y como ciudadanos” nos dice Klever, miembro de la Junta Directiva del Mercado. "Todas y todos son bienvenidos. Abrazamos la diversidad cultural de nuestra región fronteriza”.
Sin embargo, la integración social y cultural no es suficiente. En mis conversaciones a lo largo de la misión, se destaca constantemente la importancia del empleo y los medios de subsistencia como el principal desafío para la población venezolana en movilidad humana. El eslabón necesario para completar el continuo humanitario/desarrollo o el famoso “nexus”, como tendemos a llamarlo en la jerga de la ONU. Esto es particularmente cierto en Ecuador, donde gracias a un amplio proceso de regularización lanzado por el Gobierno en septiembre de 2022, unos 520.000 venezolanos ahora podrán solicitar un estatus legal, abriendo así la puerta a la posibilidad de un empleo adecuado y una verdadera integración socioeconómica en su nuevo país. Pero la pregunta sigue siendo cuáles son esas oportunidades económicas.
“Tenemos las habilidades y la voluntad, pero la mayoría de los trabajos son informales”, dice Gabriel, líder de una de las organizaciones de migrantes y refugiados con las que me reúno. Un desafío también para la población local: solo tres de cada diez ecuatorianos tienen un empleo formal. Los venezolanos a menudo no pueden obtener el reconocimiento de sus títulos y certificados educativos, lo que los deja sin otra opción que buscar trabajo no calificado. Gabriel sabe de lo que habla. Maestro en su país de origen, no logró encontrar empleo en el sistema educativo y ahora trabaja apoyando a su comunidad. “Venezuela se transformó en un mundo de sobrevivencia, hicimos lo que pudimos para darle pan a nuestros hijos, pero ahora tenemos que integrarnos como es debido aquí. Queremos trabajar juntos para ofrecer capacitación en habilidades y establecer mecanismos para que nuestros hermanos y hermanas ingresen al mercado laboral, úsennos”, insta.
Un esfuerzo para abordar estos desafíos es el Proyecto Integra financiado por la Unión Europea e implementado por el PNUD en Ecuador. El objetivo es capacitar a cerca de 500 personas en temas de emprendimiento y luego ofrecer fondos semilla, de unos $500, para permitirles iniciar pequeñas empresas. Los participantes se seleccionan para garantizar la igualdad de género, entre ecuatorianos y personas refugiadas o migrantes, asegurando así que la movilidad humana se perciba como una oportunidad y no como un problema. Actualmente incluye a 9 municipios, pero existe potencial para expandirse, en caso de que se destinen más fondos.
En el cierre, con los equipos de la ONU de Ecuador y Perú, antes de regresar a Quito, discutimos cómo podemos trabajar más en la integración: promoviendo soluciones duraderas para integrar a refugiados y migrantes e impulsar las economías locales; integrando a los residentes en los barrios para combatir la xenofobia y el aumento del crimen; fortaleciendo el trabajo articulado de las agencias de la ONU, entre los equipos de país y con autoridades locales, a través de las fronteras, para abordar de manera efectiva los muchos desafíos humanitarios, de protección y desarrollo que hemos presenciado. Integración por el bien de Maryenny, Daniel, Josue y Gabriel, y los millones de caminantes que atraviesan las fronteras de la región.